Consuelo
Crespo (Quito, 1961) es una de las contadas artistas contemporáneas que usa el
lenguaje cerámico como medio expresivo. El
lugar de la sospecha (2010), su propuesta más ambiciosa hasta el momento, está
constituida por decenas de bustos, que no son sino vaciados
en cerámica de cuatro personas reales envueltas en situaciones límite o
inusuales: un niño obligado a realizar prácticas hípicas, una muchacha que
proclama y defiende su virginidad, un juez de conducta equívoca, y una mujer de
la marina escindida entre su vida profesional y sus aprehensiones maternas. Así,
los modelos reales han sido transformados
en personajes de una ficción donde los antihéroes llevan –literalmente– la voz
cantante, si recordamos que en la ficción narrativa, el antihéroe es
aquel personaje que aunque desempeña las funciones propias del héroe
tradicional, difiere en su apariencia y valores (Don Quijote, los agonistas de Dostoievski,
Emma Bovary, el Antoine Roquentin de Sartre, el Mersault de Camus, y todos las
criaturas de Onetti son paradigmas literarios del antihéroe). En todo caso la
artista invoca la noción de “antihéroe” para aglutinar a esta heterogénea partida
de caracteres, aunque quizá les convenga más la categoría de “héroes menores” desarrollada por Galo Alfredo Torres a propósito del
cine latinoamericano reciente, esto es: personajes anónimos, enfrascados en sus
pequeños combates cotidianos, al margen de cualquier hazaña o acción
extraordinaria.
Una
puesta en escena fría y austera, que evoca bien un despacho burocrático, el
gabinete de un científico, el taller de un ceramista, o un depósito de
espectros, subraya la condición anónima y antiheroica de sus personajes.
En términos formales
esta obra se realiza en dos niveles: primero en el
plano háptico, táctil, tridimensional, propio de la escultura, donde las
figuras nos confrontan desde su materialidad: espectros de barro cuyos rostros
han sido fijados en su tránsito gestual, es decir, en la secuencia que dibujan las emociones (véase
el retrato del chico que pasa de la risa al llanto) o en lo que en fonología se
conoce como el punto de articulación
(la faz de muchacha capturada mientras dice la palabra “amén”). El segundo
plano en el que la obra se cumple ante el espectador es el plano acústico,
donde las grabaciones de las voces, testimonios, confidencias, risas de los
retratados, nos hacen oír su cuerpo –incluso en las cabezas de la muchacha, cuyo
lenguaje es meramente icónico–, escucha a través de la cual comprendemos sus
funciones y disfunciones, su lugar de enunciación, en definitiva su sentido, en
tanto nuestras voces significan nuestro cuerpo. En medio de un escenario
inquietante e intrigante, donde las voces se entrecruzan hasta confundirse, es
precisamente este dispositivo sonoro el que activa la sospecha, el que nos hace dudar y desconfiar de las apariencias.
A
través del habla o del lenguaje icónico, Consuelo Crespo hace resonar una serie
motivaciones psicológicas, sociológicas y antropológicas, como si hubiera
llevado al pie de la letra aquel enunciado de Emile Benveniste, según el cual
la lengua es el único sistema semiótico capaz de interpretar otro código
semiótico: el de los cuerpos como portadores y emisores de signos fictivos,
afectivos, sexuales, siempre ambiguos, siempre paradójicos.
Cristóbal
Zapata
Sala Proceso - Inauguración: septiembre 20 de 2012
fecha de cierre: octubre 19 de 2012
Notas de prensa:
"El lugar de la sospecha muestra antihéroes" - Diario El Tiempo, octubre 16 de 2012
"Cuatro antihéroes inspiran esculturas" - Diario El Tiempo, septiembre 20 de 2012
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